Resumen: |
El título de esta novela -El alma en los labios- es una auténtica carta de presentación. No hay ecuatoriano que ignore el nombre de ese pasillo señero de una visión atormentada del amor, del amor que cifra en su vivencia el sentido de la vida.
Detrás de ese membrete emergen un poema y una figura que es un símbolo, la del poeta por excelencia, la del vate marcado por el dolor y el infortunio, el guayaquileño Medardo Ángel Silva.
En estas páginas Guayaquil tiene los colores múltiples de una paleta completa: así como florece en estallido de sensasiones, resalta el brillo del sol y se padece el efecto inclemente del calor, también se percibe el verdor del parque Seminario, el penumbroso ambiente de las lámparas de gas mientras aflora el olor del cacao tendido en el Malecón y la humedad reblandece las pieles.
Leyendo El alma en los labios, el bardo del Guayas se yergue con otra clase de vida, la que completa el dato de la historia, la que lo hace un ser eternamente vivo. |