Resumen: |
El pupitre quedaba junto a la ventana. Francisco podía observar, sobre los muros del colegio, techos ennegrecidos, y si levantaba la cabeza, un balcón. La niebla, por primera vez ese año, se acumulaba sobre los techos; en las planchas ferruginosas había una capa de humedad. Penetraban rachas de frío por las rendijas de la ventana; él recordó, de pronto, el repique de los tubos de vidrio, cuando instalaron el aparato para transfusiones de sangre junto a la cabecera de la señora Cristina, en la madrugada, y tuvo la sensación de perder las defensas contra el frío: un súbito temblor le atravesó los huesos de la columna, de arriba a abajo. Se sobó las manos con fuerza, pero fue inútil. |