Resumen: |
Completísima visión de conjunto la que desde este libro -Premio Internacional Antonio Machado- nos ofrece Bernard Sesé. Ahí es nada: la vida y la obra de Machado, enteras, interpenetradas, revividas, con extensos y espléndidos comentarios sobre los textos del inmortal poeta. La documentación se ayuda con el fervot y con una aguda sensibilidad literaria. Confírmelo el lector en el prólogo -bello a todas luces- de Jorge Guillén. Sesé conoce muy bien las concordancias últimas entre los escritos machadianos, y no menos cómo opera sobre el lector este lenguaje poético de fulgores y ceniza. Del presente libro sale Machado reconocido en toda la amplitud y complejidad de su genio, sin perjuicio de su profunda unidad vital y literaria.
Pocos poetas llevarán tan marcada como don Antonio la conjunción íntima entre hombres y obra. El fondo autobiográfico no genera anécdota, sino sincera autenticidad. Hombre bueno, rodó de instituto en instituto, padeció soledades y pobreza, gritó entre la niebla, se encendió en el amor a la verdad y a su pueblo. Como poeta -modernista, simbolista, existencial-, se asomó a lo más hondo y misterioso del espíritu, luchó por atrapar el tiempo vivo, quiso llegar a una desnuda sencillez. Como prosista, es pensador y crítico de singular originalidad, con páginas que maravillan por lo lúcidas y actuales. En ningún caso se excluyen poesía y filosofía, ni amargura y humor (humor entendido como libertad). Saltemos sobre la metafísica, la poética, la teoría del amor, y tantos otros aspectos de Machado, para aludir al tiempo, el gran protagonista de sus poemas. Machado es el poeta incomparable de las visiones, recuerdos y sueños. Le gusta contrastar y hasta fundir los planos temporales del pasado y el presente, procedimiento con el cual se acentúa la distancia, el desencuentro, la fantasmal soledad. El verso se ve asediado por imágenes persistentes y recuerdos largamente obsesivos (la niñez, Leonor, Soria, Guiomar). Con los hilos del recuerdo parece como si el poeta sacara de su interior todo un mundo de figuras y paisajes. En el curso de las evocaciones, la precisión pictórica de Machado se desdibuja a veces para hacerse borrosa y fugaz. Es el temblor de la vida, del tiempo. Y al mismo temblor hemos de achacar el nuestro poeta, cuando más mortalmente cansado, descubra de pronto una hojita nueva en el olmo caduco. Siempre hubo sitio en su pecho para una pobre esperanza. |